ÚLTIMOS DÍAS

Cuatro

Regresa hasta mi boca, una y otra vez, este sabor amargo. Regresa a las paredes y al cielo de mi boca, que son puro terruño. Me vuelve en bocanadas, lo que quiera que sea, y me baña la lengua. Mi cuerpo se sacude en oleadas rítmicas, que trepan por la carne buscando las neuronas, el córtex del cerebro, el punto donde anida la raíz de lo amargo y toda mi memoria cautiva de lo amargo. Del estómago a la amígdala, del estómago hasta el alma, del estómago a la infancia. Hoy ha venido Marcos a hacerme una visita. Traía en una mano su maletín de médico, traía su sonrisa y esa paciencia suya que no sé dónde guarda. Y traía a mi hija, o tal vez mi hija a él… ¡Cuánto tiempo sin verla! Desde hace veinte años, cuando estudiaban juntos, nunca se han separado. Los recuerdo estudiando, los dos en nuestra casa, cuando este oficio suyo era sólo una sombra. Y luego esa mañana que los dejé en el tren, camino de Madrid, en busca del destino, a escoger una plaza en la oposición del MIR. Y allí se rompió todo. Begoña les ha abierto la puerta de la calle. Begoña estaba seria. Se ha acuclillado Marcos al borde de la cama, y hemos puesto palabras a estas cosas del cuerpo. Carla miraba atenta apoyada en el quicio, Carla sólo asentía, Carla estaba asustada. Carla ha sufrido mucho, ¡cómo la he hecho sufrir! No sé si ya es muy tarde, pero cómo la quiero, quiero a la Carla hija, la quiero sin su oficio. ¡Cómo duele su oficio! ¡Cuánto daño su oficio! Y Marcos me ha explicado que lo amargo es la bilis. Con toda su paciencia, que lo amargo es la bilis. No te discuto, Antonio, las fábulas del cuerpo, los humores del cuerpo, las señales del cuerpo, pero esto es el reflujo. Tan sencillo el reflujo: mi cuerpo dedicado a arrojar por arriba lo que el cáncer no deja que arroje por abajo. El cáncer por abajo, todavía aquí el cáncer, después de tantos años conjurándolo al cáncer. Ay, Begoña, este cáncer, que se escurre al conjuro, la homeopatía, el reiki, la dieta macrobiótica. ¿Hacemos bien, Begoña? Y Marcos no me juzga, él me viene al encuentro con palabras sencillas, no con la vanidad terrible de los médicos. Y Carla lo escuchaba, tímida, temerosa, porque Carla es distinta. Pero luego ha venido y me han limpiado el culo, en gesto beatífico, con un barreño tibio. Begoña los miraba desde el fondo del cuarto, arrinconada y seria, desarmada, rendida. No esperaba este obús de ternura de Carla, que me ha limpiado el culo. Después de su batalla contra la homeopatía hoy ha venido Carla y me ha limpiado el culo. Ha zanjado la guerra con su mano en mi culo. Y luego me ha besado, y me ha dicho aquí estoy, papá, aquí estoy contigo. Y Begoña lloraba. Y Marcos ha salido, con prudencia, del cuarto.

Tres

Ven hasta aquí, Begoña, y siéntate a mi lado. Como cuando eras niña, siéntate aquí a mi lado. Ven, mírame las manos, que sólo tienen hueso. Llévatelas al rostro, llévatelas al pecho, deja que me recree en ti, que aún tienes carne. Deja que se me lleve el recuerdo de la carne. Déjame que te bese, no me gires la cara, como cuando eras niña. Del estómago al alma: recuerdo aquellas tardes dulces del instituto, cuando tú te quedabas al acabar la clase y yo me preguntaba si no tenías amigos. Yo soy un alma libre, me contabas entonces. Y yo era un alma libre. Y entre aquellos cuadernos que yo te corregía, tu profesor atento, dejamos que lo libre se nos volviera carne. Déjame que te toque con mis huesos las tetas, igual que aquellas tardes, mi niña, mi Begoña. Déjame que te abrace, con todas mis costillas, igual que te abrazaba cuando eras una niña y venías a clase y nadie te quería. Como cuando me hablabas de tu casa vacía, de tu mesa vacía y de tus padres vacíos. Y yo también te hablaba de mi casa vacía, de mi esposa vacía, de mis hijos vacíos. Que yo he sido tu padre y tu madre, ya lo sé. Me lo has dicho mil veces. Y yo lo sé, Begoña. Que no quieres que muera yo ya lo sé, Begoña, que yo te he prometido que te cuidaré siempre, que vamos a vivir de esta dulzura siempre. Pero no puede ser, lo sabes como yo: yo te he escuchado hablarlo estos días con Marcos. Que ya me voy, con Marcos. Gracias a Dios que Marcos ha venido a rompernos este muro, Begoña. Tú y yo nos hemos ido volando hasta otros mundos, huyendo de la carne, buscando en otros mundos. Nos ha traído el cáncer la conciencia, el camino: nos ha salvado el cáncer. Y la muerte nos salva. ¡Pero cómo me duele esta lucha con Carla! ¡Cuánto daño me han hecho tus disputas con Carla! Y Marcos ha venido como un bálsamo al núcleo de esta herida tan grande, de esta herida del cáncer. Que Marcos nos escucha sin juzgar, nos aguanta. O nos juzga en silencio, a cada cual lo suyo. En silencio ha venido y nos ha traído a Carla. Ha venido a abrazarnos en todas las renuncias. Todas nuestras renuncias, cada cual sus renuncias. Ven hasta aquí, Begoña. Ponme tu mano fría, ponla aquí, que deliro.

Dos

Te voy mirando, Carla. Eres como tu madre. Los mismos ojos pardos, la misma boca tierna, el mismo gesto terco. ¿Cómo estará tu madre? Tengo que confesarte que muchas veces pienso que en ti vive tu madre, que en ti huyo de tu madre… ¡Por qué caminos brutos busqué la libertad! Qué suerte tengo, Carla, de tenerte a mi lado. Ya se lo dije a Marcos, que no tendré bastantes días en esta vida para poder pagarle por esta grieta suave que ha abierto en nuestro muro, en este muro altísimo que hicimos con orgullo. Qué suerte tienes, Carla, con ese amigo tuyo, con esa mansedumbre que lo traspasa todo. Me gusta mucho Marcos, cómo trata a Begoña, cómo te trata a ti. Me pesan mucho, Carla, tus duelos con Begoña, que Begoña es muy agria de lo frágil que es. Begoña es una niña, yo a Begoña la quiero por lo niña que es. Ella vive en la magia en que viven los niños, ella piensa que todo se resuelve en deseo, ella quiere curarme por la vía del cosmos. Y se duele, y se cierra, y se pincha, y nos pincha. Tú no eres una niña, tú eres una mujer y tienes la destreza que te da ser mujer y que te da la ciencia, porque tienes la ciencia. Mira la foto aquella, entonces sólo eras una niña en el frío, y yo te protegía, por fuera del abrigo, con mis brazos de entonces, encima del trineo. Hoy ya no tengo brazos, hoy sólo tengo huesos y tú lo sabes bien. Y ya no te protejo, hoy me proteges tú, aunque a veces parezca que yo eso no lo entiendo. Pero yo soy un hombre todo de vanidades. Y Begoña una niña. Tú eres una mujer, y tú tienes la ciencia y sabes que este cáncer me tiene condenado. Yo acepto esta condena. Me trajo el juicio el cáncer, me despertó a la vida. Una vida de huesos y de bilis también, pero una vida llena de todas las promesas y toda la memoria, llena de gratitud y llena de las ganas de pediros perdones. Y yo quisiera, Carla, que viniera tu madre. Yo no olvidé a tu madre después de aquella tarde, ¿te acuerdas de esa tarde? Llevaba las maletas en la parte de atrás, os despedí en el tren y ya no volví a casa. Yo creo que tú ibas camino del destino a elegir esa plaza del MIR, hacia Madrid. Y yo no tuve fuerzas para volver a casa, para ver a tu madre. Ya me fui con Begoña. ¡Dios sabrá los dolores que le causé a tu madre! ¿Qué iba a saber tu madre? Pero yo no podía, yo quería vivir. Igual que en este instante, que yo quiero vivir. ¿Tú crees que si le pido que venga a despedirse querrá venir tu madre? Los mismos ojos pardos. Eres como tu madre.

Uno

La carne me reclama, la carne de mi cuerpo. Me devuelve a este mundo que es dolor y es fatiga. Soy cautivo del cuerpo, ¿por cuánto tiempo más? Lo corpóreo del cáncer me vence la conciencia, me enquista la conciencia, me arranca del presente. Yo era conciencia pura del aquí, del ahora, yo era un flujo constante de conciencia del mundo, yo era un canal inmenso, yo era viento del pueblo. Y hoy soy reo del cuerpo, hoy tengo los sentidos todos vueltos adentro, a la bilis amarga, al bocado en el vientre, a este peso en las piernas, a la legaña espesa, a las puntas del hueso que me rasgan la piel. Soy conciencia del cuerpo, una mala conciencia. Ya no respiro, muerdo cada palmo del aire de este cuarto en penumbra. La conciencia del aire. La conciencia del bronquio. Conciencia de la apnea. Y de nuevo lo muerdo, el aire en la penumbra. Me llegan bisbiseos entre los estertores. Más allá de los ruidos terribles de este cuerpo se filtran voces bajas, no sé de dónde vienen: del córtex, de la amígdala, de la infancia, del hígado. Tengo la lengua seca. Begoña, ven, escucha, que eres como tu madre, que yo te cuidaré, los mismos ojos pardos. Y vuelve la conciencia pesada de los huesos, el aire que es de piedra, las lunas de penumbra detrás de las legañas. Ven aquí que te bese. Carla, ponme la mano. Ya se acaba la clase. Déjame que le toque las tetas a tu madre. Begoña es una niña. Yo acepto esta condena. Y ya no volví a casa. Que se escapa al conjuro. Siéntate en el trineo. Tengo sed, dadme agua.

Tengo sed, dadme agua.

Tengo sed, dadme agua.

Tengo sed, dadme agua.