31 de marzo de 2020
Tengo dos referencias que me ciñen el día igual que los dos bordes de un paréntesis: por un lado la alarma de la seis y por el otro los aplausos, a las ocho. En medio de las dos, el tiempo es puramente gaseoso, una dilatación constante, sin forma ni asideros. Los días del COVID nos arrebatan, entre otras tantas cosas, el reloj. Así pueden lavarse mucho mejor las manos. Así se ajustan mucho mejor los guantes. Así no encuentra el virus trincheras en nuestra anatomía. Y así se libra el virus del tedio sexagesimal de los horarios. Estamos así en vilo, perdiendo la hora del almuerzo, sin saber contar el pulso a los pacientes. Las jornadas del COVID no tienen horas. Los tiempos del COVID se han dislocado del resto de los tiempos. Estamos en los márgenes de lo real. No hay referencias ya fuera del virus.
Se apodera el COVID del hospital, y no sabemos dónde están las personas que no enferman del virus, las que enferman del no-virus, quiero decir: las que enferman de cosas que ya no son el virus. En estos días sin horas sucede el gran misterio: ya no llegan enfermos que no hablan en COVID. ¿Dónde están los infartos? ¿Dónde se esconde el cáncer? ¿Será la cara oculta del quédate en tu casa o será que no los vemos, miopes todos como estamos de COVID?
Todo vuelve a lo mismo en estos días raros. En el trabajo, el virus. En la radio, el virus. En el balcón, el virus. En el mercado, el virus. Con la familia, el virus. Con la vecina, el virus. Con la pareja, el virus. Hasta en el sueño el virus.
En este tiempo extraño, ¿dónde ocurren las cosas? ¿Dónde están las noticias que no son del COVID? Y entonces, si puede suceder que fuera del COVID no pase nada, ¿por qué pasan las cosas cuándo no está el COVID?
Quiero pensar que volverán los relojes cualquier día, que levantará el COVID su pisotón enorme y todos nos veremos en su huella. Quiero pensar que entonces, entre la polvareda, encontraremos los paréntesis, los infartos, las noticias, los sueños.