12 de abril de 2020

Los domingos nos despertamos sin la capa, sin los superpoderes. Con las ojeras y las uñas mordidas y la piel llena de eczemas de lavarnos las manos sin cesar. Con la tensión incrustada en las mandíbulas y la cabeza abarrotada de fantasmas. Con todo el inventario de los miedos. Despertamos en la ciudadanía de los frágiles, que es la única que hay debajo de los himnos y las arengas y el aplauso.

Los domingos nos dolemos entre las bambalinas. No tenemos la tramoya de las batas y los cascos y los monos de astronauta. Tenemos las legañas y los cafés con leche y las montañas de ropa por planchar, y el desquicio de los niños y el miedo de los padres y la puntita de sospecha en las vecinas. Se desploma la trama de la épica y vuelve la costumbre por entregas.

Los héroes somos sólo lo que somos en domingo, cuando se cae la pátina de látex y la oda en los discursos y el humo pegajoso de la autocomplacencia. Somos así, esta es la cara que tenemos debajo de la máscara del héroe que es una máscara toda llena de trampas.

Porque cuando te pones la máscara del héroe no eres tú quien la llevas, sino que es ella la que te lleva a ti. La que te lleva por el camino del chivo expiatorio. La que te mete en el vientre del caballo de Troya. La que te pone a los pies de la bestia, que no es el virus ya sino el mundo que creíamos real y que el virus ha orillado. Porque las botas del héroe van llenas de las piedras de los discursos y de la opinión interesada e irresponsable de los otros.

En el café de los domingos nos mojamos los tributos del héroe y las ínfulas del héroe. Y deseamos seguir siendo lo que somos, con el justo valor de lo que somos y el respeto necesario a lo que somos.