19 de marzo de 2020

Hoy, si no fueran los tiempos del COVID, se habría celebrado San José. El virus ha mordido las fiestas en València, parece que las ha arrancado de un bocado al calendario. Pero el sentido comunitario de la fiesta es como el agua (como el mercurio de los termómetros, mejor): se filtra por las juntas, traspasa los muros de la angustia, inventa una pequeña trampa y nos devuelve a la memoria de la tribu (palabra de Granell). A las doce de hoy hemos tenido un estado de excepción en la excepción: han resonado las bandas de música por toda la ciudad. Cada músico dispuesto en su balcón, en un prodigio de armonía suspendida. El milagro del oído ha roto en un momento la pandemia y le ha bajado la fiebre a la ciudad. Se bailaba y se reía, casi se olía el chocolate en las cazuelas y el aceite quemado de los churros.

Me lo contaron esta semana dos pacientes y lo leo hoy en internet: se dice que el virus causa anosmia, se dice que el virus causa ageusia. Hay quien piensa, además, que son el anuncio de otros síntomas. La ageusia es la pérdida del sentido del gusto y la anosmia es la merma del olfato. Perece que el virus ha venido a ponernos en suspenso los sentidos, ahora que florece el azahar y llegan las fresas y los nísperos. Ahora que sonaba la traca y que venían a gritarnos los vencejos (aunque los vencejos volverán, porque este virus es antropotropo). Ahora que era tiempo de devolver la piel al sol para sentirlo, y de mirarnos mucho.

Perece que el COVID nos ha vuelto los sentidos hacia adentro, que ahora solo vemos, olemos o palpamos lo del alma. Así que hoy, que no tengo que ir a trabajar (porque este virus no ha mordido aún del todo el calendario), busco consuelo en María Moliner (a quien confinó su propio virus, que fueron las palabras). Destripo las acepciones de “sentir” y entiendo, en este nuevo estado de percepción que deja el virus, que este verbo está lleno de espejos, como un caleidoscopio. Llego a la conclusión de que el COVID nos hará sentir de muchos modos: nos va a hacer sentir sin más (en absoluto, como disposición a la percepción en general), nos va a hacer sentir cosas concretas (en el sentido físico del término), nos va a hacer presentir o barruntar (barruntar el alud, lo hablaba con Gonçal), nos va a hacer experimentar todo tipo de cosas en el alma, y va a hacer que lo sintamos mucho, en clave de lamento. Que sintamos mucho muchas cosas. Y que sintamos mucho, muchas cosas.

Y en un desliz paso la página y encuentro las explicaciones de “sentido”. Y pienso que más allá de los sentidos propios (que nos apelan aquí como individuos) está el enigma del sentido general, el reto de transformar el sinsentido. La inmensa esperanza del sentido.