25 de marzo de 2020

Van saliendo camas del vientre de un camión enorme. Las empujan con mucha diligencia nuestros celadores, ataviados con máscaras, con guantes, con batas verdes. Cada cama con sus cuatro ruedas, con sus barandillas de resina blanca, con su palo metálico en el cabezal, para el gotero. Con sus colchones gruesos, forrados de azul impermeable, con sus mandos para regular la posición. Van circulando una detrás de otra, desde la calle. Parece que el sótano las va engullendo en un hambre de camas. Forman en fila india en el vestíbulo y luego van pasando, poco a poco, hacia su localización final. Lo que hasta ayer era un gimnasio (un enorme gimnasio, con todos los artilugios de un gimnasio) se ha convertido en una nueva sala de hospital, con sus filas de camas, con sus tomas de oxígeno. Me detengo apenas un minuto dentro y tengo un pálpito de gravedad.

Pienso en esas fuentes de chocolate de tres o cuatro pisos, con un pequeño surtidor que, desde arriba, va inundando, uno tras otro, varios platos. Pienso en el chocolate deslizándose, viscoso, desde arriba hacia abajo. Y siento que el COVID se nos va apoderando, de la misma manera, una planta tras otra, de todo el hospital. Porque este baño meloso de la fiebre es el que viene a estrenar todas las camas nuevas. Y va cayendo lentamente rumbo al sótano: una planta, otra planta y otra más.

Viene el virus, con su horda de huéspedes, a dormir en todas nuestras camas. Viene con la tos y la fatiga y los dolores y todo el inventario de calamidades físicas. Y viene también con la espina de la angustia, con el miedo y con la soledad. Y correrán entre las camas los goteros, las mopas, los termómetros, los zuecos. Pero él viene a dormir. Y sólo él dormirá. Dormirá su propio sueño y dormirá el sueño de todos.

Y a cada paso, hoy, yo pienso en camas. En camas, en sábanas, en almohadas. Pienso en camas mientras cuento los casos, mientras preparo el material, mientras me subo al coche. Pienso en camas mientras me visto de azul en los recibidores, mientras respiro bajo la mascarilla, mientras le meto la torunda en la nariz (no tosa). Pienso en camas mientras hago llamadas, mientras escribo informes, mientras caliento el táper.

Hoy solo pienso en camas.

Un delirio de camas.

Ay, todas esas camas.