26 de marzo de 2020

Primero entra en el cuerpo. Le basta con tocar sólo una célula. Echa raíces en todos los tejidos, como un granado cargado de granadas cargadas de granos de granada. Y en cada grano, la tos. En cada grano, la fiebre. En cada grano, las ganas de ovillarse, los aguijones rebuscando entre los músculos. Yo lo he visto a través de mis gafas de plástico, lo he tocado al otro lado del látex de los guantes. Lo he escuchado, lo he olido. Lo físico resuena con lo físico, y a un cuerpo le bastan los sentidos para conectar con los padecimientos de otro cuerpo. Este virus es el filo de un cuchillo entrando en la carne del melón. Este virus es del cuerpo y tensa el cuerpo hasta una dimensión que no es del cuerpo: hasta la apnea, hasta el delirio, hasta la muerte algunas veces.

Segundo entra en el alma, porque el alma no tiene inmunidad. Se filtra hasta la médula del alma con la punta del estigma y de la culpa, con los dientes de la soledad. Yo lo he visto en los ojos horrorizados de una anciana ante la aberración del traje de aislamiento (que aísla del virus y también de la sonrisa y la caricia). Lo he visto en el llanto amordazado por el fieltro insensible de la máscara. Yo lo he visto en las yemas extraviadas que no aciertan en la pantalla del teléfono, que no entienden de la telecomunicación, que saben sólo del tacto de la piel. Lo he visto en el dolor de quien se ve acusado por el dedo que señala la impureza, en unos días en que todos somos reos en el juicio por transmitir el virus.

Tercero entra en la casa. Infecta los rincones de la casa y los lazos transparentes de la casa. Envenena la sencillez de lo doméstico. Yo lo he visto en la mujer desesperada ante la fiebre inagotable del marido, ante el deshilacharse lento del marido, ante la muerte casi del marido. Desamparada y sola en esa cárcel de lo aséptico, las manos desolladas de lejía. Lo he visto en las cuidadoras en precario cautivas hoy en un confinamiento que es todo esclavitud, o despedidas (la expulsión de lo impuro) de un empleo que era sólo esclavitud. Lo he visto en la caída paulatina de toda una familia, la maldición del COVID en la familia: el virus que derriba, uno tras otro, a toda la familia.

Porque este virus es tres veces virus. Tres veces la metáfora del virus.