26 de abril de 2020

Estás allí, estás allí todos los días. A veces estás casi más días de los que tiene la semana. Estás allí y allí lo vas viviendo. Respiras el dolor, y la desesperanza. La respiras en ti y también en la vida de los otros. Estás allí porque sabes que tu sitio es allí, no con la pretensión del héroe ni con la vocación del mártir. Simplemente estás allí, haciendo cada día lo que sabes hacer, traspasando cada día las fronteras del desconocimiento, del miedo, del dolor, de las carencias. Hasta el agotamiento estás allí. Y hablas allí, y dices allí, y allí reclamas.

Y después estás aquí, en estas aguas de lo cotidiano que ya no lo son tanto. En tu casa, en tus vecinas, en los grupos de whatsapp, con la familia. Estás aquí pero no estás, porque quedas atrapado en algún punto intermedio del camino. Te quedas encallado en los bancos submarinos que tiene la conciencia (que no te deja regresar, a veces, del dolor), pero también te quedas en los filtros que impone la cautela. Funámbulo te quedas, haciendo equilibrismos en el purgatorio febril de la prudencia.

Porque sabes que la realidad, conforme la ves tú, está borracha, siempre, de la parcialidad, y más ahora en las profundidades del dolor de cada día. Y sabes que desde allí, desde el mismo punto ciego en el que vives, en lo concreto, es difícil tener gran angular, ver la trama infinita de este problema que lo traspasa todo.

Porque sabes, además, que la ciencia es ciencia también en lo que calla. Que no hay respuesta para todas las cosas. Que está el eterno margen de la enmienda. Que el camino a lo certero viene lleno de los recodos de la duda.

Porque conoces bien el filo que tienen las palabras, el miedo que provocan a veces las palabras. Y tienes la conciencia de que a veces es responsable callar en ciertas cosas, no alimentar la llama del pavor o de la furia. No hacerlo, por lo menos, en medio del incendio del pavor y de la furia.

Porque piensas que es estéril tu voz en medio del huracán de los discursos que se afanan en remover el polvo y la ceniza.

Porque, además de todo, tú ya no tienes fuerzas.

Y callas, ahora, aquí, con la fe en la firmeza radical de los silencios.

De los silencios que alimentan la raíz.

La raíz de la que beberá el futuro.