23 de abril de 2020

Cuarenta días tejiendo con un hilo finísimo el capullo. Con este hilo de seda de lo humano, nacido en las entrañas de lo humano.

Cuarenta días de afanes entre las cuatro paredes de la caja, hilando febrilmente, disciplinadamente.

Cuarenta laboriosos días sobre la trama de la duda y de la incertidumbre. Tirando la bovina en un telar de miedos y de furias y de desesperanzas.

Cuarenta días urdiendo con el ovillo quebradizo del dolor y de la fiebre y del delirio. Con un empeño ciego de crisálida.

Cuarenta días estirando de la hebra. Con la delicadeza que trae el pánico que trae la intuición de la enorme delicadeza de la hebra. Con el terco propósito de no romper la hebra que abraza a las Manuelas y Marías y Joaquinas y a los Juanes y Enriques y Mateos de este mundo. Que son todos los nombres de nosotros, con nuestra vulnerabilidad común hecha toda de miedos y esperanzas y de furias.

Cuarenta días tejiendo con hilo de cristal este capullo. Con cuidado infinito este capullo. Contra la mezquindad este capullo. Con la fe en la ternura del capullo.

Y al fondo de la caja está, una promesa de bullir de alas, el capullo.