Agua bendita

No me gusta ensuciarme, detesto que me ensucien, pero esa es la trastienda de este oficio, es el precio. No sé si será fácil poder imaginarse que detrás de la escena hay tal mundo de efluvios. La escena queda limpia, porque el porno es aséptico, tiene una sordidez sin un rasgo de polvo. Pero eso es lo de fuera, queda del otro lado: la piel inmaculada de un melón muy maduro. Adentro está la carne de grumos pegajosos. La carne de la escena no es la piel de la escena: no hay polvo, todo es mácula. Los grumos en los muslos, los grumos en el vientre, los grumos en la boca, los grumos en la barba. A veces en el pelo, los grumos, y en las sábanas. Cada escena una ducha, y sin mojarse el pelo. El pelo, el maquillaje, son la piel de la escena; la carne va a la ducha. Yo pienso muchas veces, cuando estoy bajo el agua, en el prodigio enorme del montaje en el porno: hilvana esta inmundicia viscosa del rodaje en una hebra finísima, limpia, civilizada. En un hilo dental que nos libre la boca de los restos del sexo corriente, de diario. Yo en la ducha me lavo, a conciencia, la boca. Después está la parte piadosa de la ducha, de esa ducha profunda que es el amor del porno. Es misericordioso venir limpio de casa. Valoras la limpieza del otro con la punta: de la nariz, la lengua, los dedos, de la polla. Cuando lo tienes todo hendido en otro cuerpo y te encuentras los grumos maduros del melón. Las duchas en el porno son el agua bendita, las duchas nos absuelven. Sobre todo la última.