20 de abril de 2020

Enrique está sentado en una mesa pegada a la ventana. Allí mismo lo vemos. Tiene la gran fortuna de vivir en una casa con vistas a la sierra, porque en estos días de la convalecencia del COVID no puede salir del dormitorio. Pero para que Enrique pueda sentarse allí a desayunar, en el rectángulo de luz de la mañana, con su café con leche, el bastón reposado en el respaldo y sus manos sarmentosas que desmigan y mojan madalenas, para que esto pueda suceder así, entre las cuatro paredes de aquella habitación que mira a la montaña, para esto, decía, no basta con la voluntad de Enrique, ni tampoco basta con la fortuna de vivir allí de Enrique, ni con que el sol traspase la ventana con la puntualidad que sólo tiene el sol. Enrique existe así, y allí, en ese momento, sentado en esa mesa y desmigando madalenas con toda la torpeza de sus manos, porque detrás de Enrique, y no la vemos, está la firme cadena de las manos de todas las mujeres que permiten que Enrique se nos presente así, listo en el dormitorio, dispuesto al desayuno, detrás de la ventana, bañado en el rectángulo de luz. Afortunado.

Amparín, que es la hornera, ha amasado la harina y la ha cocido, ese dulce y diario milagro de las madalenas en plena madrugada. Maruja, la sobrina, se ha despertado pronto y a las ocho ya tenía la bandeja de arroz al horno preparada y el paquete de madalenas recién hecho que ha comprado en el horno de Amparín. Al dar las nueve en punto, Ivanna, que tiene quince años, ha salido de casa, con una mascarilla y un billete de diez euros en la mano, y ha seguido, escrupulosamente, las instrucciones que le ha dado Nadenka, que es su madre y es quien cuida de Enrique en estos días: ha acudido primero a la farmacia a recoger el tratamiento que Lorena le tiene preparado desde ayer, le ha pagado a través de la ranura en el metacrilato y ha seguido, con la bolsa en la mano, por las calles del pueblo camino de la casa de Maruja. Al llegar allí ha tocado, un golpe de nudillos, como cada mañana, a la persiana del ventanal de la cocina, por donde clandestinamente, y con sus guantes, Maruja ha deslizado una bolsa de tela que contiene las madalenas y el arroz. Ha vuelto a casa Ivanna en el momento justo en que Nadenka termina de levantar a Enrique. Señor Enrique, buenos días, cómo ha dormido usted, parece que mejor, ya no ha tosido tanto, parece que el oxígeno le ayuda, y ya no tiene fiebre. Mire que ya ha salido el sol y ya es la hora de que le vaya preparando el desayuno, déjeme que le quite así el pijama, déjeme que le cambie así el pañal, ha orinado bastante, eso está bien. Déjeme que le limpie bien y le perfume, y mire usted qué ropa le tengo preparada, con lo que a usted le gusta verse bien. Vamos allá, siéntese, mire qué solecito tan bueno que nos entra. Le dejo así el bastón aquí apoyado, es por si luego se quiere levantar. Aquí tiene el café, y las madalenas tan ricas que le encarga su sobrina. Que mire que le quiere su sobrina.

Enrique está sentado en una mesa pegada a la ventana. Se recupera lentamente del COVID y moja madalenas. Y en cada miga de cada madalena está la huella de cada una de las manos que sostienen a Enrique sentado en esa mesa con vistas a la sierra, comiendo madalenas.