2 de abril de 2020

En los televisores, cada noche, nos saluda la muerte. A granel, con sus tres cifras, como si la palpáramos de tan numérica. ¡Con el miedo que le tenemos a la muerte! ¡Con lo callada que la tenemos, a la muerte! ¡Con lo bien que nos funciona el apartar la mirada de la muerte! Y viene a los salones, al papel de la prensa y a las banderas de los ayuntamientos. Viene casi a tocarnos, por lo simbólico, con un escalofrío. Pero creo que nunca la hemos tenido tan lejos a la muerte.

Nunca la hemos tenido tan lejos en lo físico (tan lejos en lo físico y al mismo tiempo tan expuesta en lo mediático). Nos crece el marcador infausto de las muertes, nos dolemos profundamente de las muertes y hasta buscamos culpables de las muertes. Pero la muerte está detrás de todo: en el mejor de los casos detrás de las pantallas y en el peor al otro lado de los muros de nuestros hospitales, detrás de una distancia que es más definitiva que la muerte. La muerte deja sólo de ser salvaje en la presencia de los otros, en los brazos y en la compañía de los otros. Por eso, los días del COVID (días de la distancia) desatan a la bestia de la muerte: porque lo monstruoso de la muerte es no poder despedirte de tu madre, es tener que llorarla detrás de las mamparas y con la mascarilla, quedarte a las puertas del hospital con el neceser y el cargador del móvil y las zapatillas de tu madre para siempre. Lo bárbaro de la muerte es pedirle a la enfermera que te despida de tus hijos. Lo feroz de la muerte es tener que transmitirle a una persona que su familia, que no está, le quiere.

Pero nunca, tampoco, la hemos tenido tan lejos en lo conceptual. Se descompone la idea de la muerte en la distancia. No somos capaces de entenderla, como si fuera un pedazo de madera hecho de metal. La muerte se hace muerte a través de la conciencia de los otros, se hace muerte porque es ausencia para los demás. La muerte toma cuerpo en lo social, y la distancia social la desintegra. Si pierde su dimensión comunitaria, nos queda de la muerte sólo el esqueleto biológico. Y no hay espacio ni para el dolor, que está hecho de la sustancia del abrazo. No hay ni la posibilidad del bálsamo del duelo.

Para contar la muerte en el COVID no nos bastan los números. Para contar la muerte en el COVID no sirven las palabras.

Porque la muerte en el COVID es todo lo contrario de la muerte.