10 de abril de 2020

Estos días son días de fronteras, de límites rotundos, de líneas divisorias entre el reino de los sanos y el reino del COVID. El virus viene a situarnos en el cruce entre la dependencia de los otros y el peligro del contagio de los otros: nos muestra con una claridad tajante los confines del otro, la línea de la piel del otro, la distancia exacta adonde llegan las gotas de la tos del otro. Nos hace conscientes como nunca de la necesidad de los demás pero también de la amenaza que esconden los demás. Son días de alambradas y peajes los días del COVID.

Hoy te pido que me ayudes a contar las veces que cruzo cada día la frontera para acercarme a preguntarte cómo estás. Quiero saber cuántas veces despliego el pasaporte de los sanos y salto las concertinas del COVID.

La primera la rompe el despertador y es la línea de flotación de la vigilia, que me arranca del plano de los sueños y me devuelve a los días en suspenso. Después vienen los cordones de las botas y el temor en las puntas de los dedos y el chorro de alcohol tras anudarlos. En el coche pago el peaje del martillo brutal de las noticias que llegan por la radio, y cuño también el pasaporte al repostar con guantes para evitar el metal del surtidor. Después viene el rosario de controles fronterizos en todas las rotondas, el alzamiento policial de las rotondas. Al entrar al hospital se hacen patentes los límites del cuerpo de uno mismo y el rutinario empeño por blindarlos: no toques las puertas con las manos, evita pisar los ascensores, aíslate con el pijama blanco, contén tu aliento con la mascarilla. El hospital está todo cosido de fronteras: cortinas blancas que ocultan las entradas, puertas cerradas en todos los pasillos, carteles de no pase bajo ningún concepto, salas de espera con sillas precintadas. Pero el control definitivo de aduana espera en la mordaza de los EPIS, el crudo ritual de acorazarse, la paradoja enorme de encontrar una muralla en el último metro del camino.

Son días implacables de fronteras, de la triste dualidad de las fronteras. De no entender si hay más de salvación o de condena en esta rutina de fronteras.