22 de marzo de 2020

Estamos en la guerra y el enemigo es invisible. Lo dice el presidente (tan guapo, tan sereno… ¿cómo dormirá este presidente?). E insiste el presidente: disciplina, espíritu de sacrificio, moral de victoria. Y cuando entran los tanques, se cae la poesía y yo me bajo.

De la apolillada moral de la victoria viene a salvarme (lleva meses esperando en la mesilla) la enorme Susan Sontag, que nos cuenta que el aprovechamiento de la guerra para movilizar a las masas confiere una eficacia grande a esta metáfora en todo tipo de campañas curativas. Nos habla del abuso de la metáfora militar en medio de la sopa del capitalismo, que se resiste a las llamadas a la ética. Porque hacer la guerra, dice, es una de las pocas empresas en las que no se pide a la gente que sea realista, porque en la guerra ningún sacrificio es excesivo.

Qué sencillo es ir a parar a la idea de la guerra. Será que en el mariposario de ideas de la guerra podemos entendernos fácilmente. Vemos con claridad al enemigo, la defensa, la munición. Entendemos llanamente la victoria, las víctimas, el honor. Pero ojo, no se nos escapen las mariposas y se nos apodere la metáfora. Ojo no vuele demasiado alto la metralla, porque entonces sí perdemos la guerra.

Lo curioso es que esto sí que tiene algo de guerra: la organización marcial del hospital, el equipo de protección, la plantilla de reserva. Pero pienso que la guerra está en los ojos, la guerra es sólo la epidermis. Y debajo de las pinturas de la guerra late con solidez el alma del cuidado (la guerra contra el no ser, es el cuidado).

¿Será que nos falta la educación de los cuidados y es por ello que bebemos de metáforas de guerra? ¿Qué hay de guerra en una anciana que pasea a su caniche, que limpia la orina del caniche, que le lava las patas al caniche? ¿Qué hay de guerra en una madre que amamanta detrás de la ventana? ¿Qué hay de guerra en el joven que toca una campana en su balcón, a las doce? ¿Qué hay de guerra en subirle la compra a la vecina, en llamarle a la puerta a la vecina? ¿Qué hay de guerra en una niña que juega al veo veo en la terraza? ¿Qué hay de guerra en la enfermera cargada de termómetros, en dos médicos que se abrazan y lloran? ¿Qué hay de guerra en los cuchillos de las cocinas de los hospitales? ¿Qué hay de guerra en un enfermo que sonríe y que agradece aunque no te ve la cara, que te pide que le digas a su madre que está bien? ¿Qué hay de guerra en las mujeres que se pasan el domingo cosiendo mascarillas de la paz?

Será que en el cuidado, y no en la guerra, está la auténtica metralla de la vida.